Esa canción

¿Pero si Él no lo siente cómo lo va a transmitir? Vacio. Él solo siente el vacío. Un corazón mecánico que late por necesidad. Y un monstruo aparece entre las flores. Nadie le esperaba, pero nadie se asusta al verlo. Él canta. Ella bebe. Ahora el guión dice que cierre los ojos. Pero Él sigue sin sentir nada. Aporrea la guitarra. Nada. Y aún con traje parece desaliñado.

Ella aplaude y mira confusa a su alrededor, ¿nadie nota el vacío? Así que agotada empieza una lista de lo que necesita para salir de allí. Qué echar en la mochila, qué asuntos dejar cerrados, qué ruta ha de tomar para que el vacío no la alcance.

Él usa el humor para huir delante de todos. No llega a ninguna parte, una falsa sonrisa nunca fue un ticket válido en los trenes que salen de la ciudad. Ella nunca fue buena en eso de pillar los chistes. Él dice que es demasiado literal. A Ella le gusta pensar que es literaria.

El setlist escrito en una servilleta de bar de carretera le hace llegar a esa canción y algo despierta en los dos. De repente su guitarra parece tener algo que decir. Su voz empieza a cantar sobre aquel día en que fueron uno y ambos vuelven a temblar.

Y los planes vuelan. Y la hoja de ruta sale por la ventana. Y los ojos de los dos vuelven a brillar. Músicos que se ahogan al cantar, guitarras agujereadas por el uso, público que percibe algo y no sabe qué. Cantar en círculos y que todo vuelva a tener sentido. Ojos que vuelven a brillar, manos que vuelven a temblar sobre la guitarra, sobre el escenario, sobre el cuerpo de Ella.

A fuera seguía lloviendo tal y como dijo el señor del tiempo. Dentro ya no. Ya nadie se agota, nadie se ahoga. Los mundos no se hunden tan fácilmente y nadie paga la atención necesaria. Al terminar el concierto nadie puede ver como Él y Ella se miran, se hablan, se gritan, se desnudan, se aman. Y a la mañana siguiente una solicitud de empadronamiento espera sobre la mesa. Ese es el momento en que Ella preparar las maletas. Pero esta vez Ella busca en el bolso un bolígrafo de la suerte para añadir una clausura.

Firmo los papeles que me atan a este metro cuadrado consciente de que me aburriré de esta ciudad y no por ello dejaré de sonreír. Sé que vendrán las noches frías y beberé whisky caliente y no se me ocurrirá nada que me haga dejar de sonreír. Solo pido que no dejes de cantar esa canción.

Irlanda

Irlanda es ese sitio donde saber qué hay que desaprender porque no sirve de nada y solo estorba y así dejar sitio para aprender cosas nuevas que realmente vas a necesitar en el camino. Como cuándo hay que agacharse en la montaña para que el viento no te tire. Y aprender que el viento no es tan malo como pensabas, y hay ratos que puede ser tu mejor amigo.

Ese sitio donde aprender que si no superas la lluvia no podrás disfrutar del espectáculo que es el sol. Porque el sol es una fiesta en sí y todos sonríen. Y verás mil arcoíris como si fuera un sueño del que no quieres despertar.

Pero también es donde saber que la montaña manda y si dice que hasta aquí no puedes creerte más poderosa que ella. Y solo puedes volver y pensar en la chimenea encendida más cercana.

Donde aprender a servir el té de la tetera a la taza sin derramar una gota. Donde no puedes negarte a un té y debes olvidar el reloj mientras se enfría. Pero la conversación te hará perder la noción del tiempo, no sufras.

Irlanda es ese sitio que es casa en cada paso, donde el tiempo no se para sino que te ayuda a avanzar. Donde cada nota de música de sus calles y pub hace que todo sea mágico. Donde te confundes y no sabes en qué país estas.

Donde llegar sin planes es el mejor plan porque los planes llegaran solos. Pero donde hay que estar atenta para no dejarte atrapar para siempre y poder un día coger el avión de vuelta sabiendo que volverás, un poco más vieja pero con más ganas si eso es posible.

Irlanda es el sitio donde repasar las cuentas antes de ir a dormir y saber que has disfrutado de cada minuto y cada céntimo del día.

Donde los días malos también existen y vas a echar de menos lo importante que quedó atrás pero que pronto estará delante y lo vas a disfrutar por completo.

Gracias Irlanda.

¿A qué suena esta casa?

Recuerdo ser pequeña, despertar por la mañana y quedarme muy quieta a atenta a los sonidos que llegaban. Repasaba cuarto por cuarto, sonido por sonido, para saber quién estaba despierto y qué hacía. Si escuchaba pasos me concentraba para saber quién venía. Había pasos crudos, otros más contundentes, otros más despreocupados. Y luego ese traqueteo, ese ritmo distinto a todos los demás.

Con los años he desarrollado un sentido especial para esto. Y sigo escuchando. Aprendiendo pasos y analizando los sonidos de las casas por las que paso. Sigo quedándome un rato en la cama a escuchar lo que la casa me cuenta.

Cuando vuelvo  a esta casa llena de sonidos «familiares» son los sonidos los primeros que me cuentan cómo ha ido todo mientras no estaba por aquí. Y cómo siempre algo ha cambiado. Me gusta saber que algo ha cambiado, porque eso significa que el mundo sigue girando esté yo o no y me siento menos culpable por abandonar el barco.

Así que esta que es mi casa por temporadas ya no suena igual que cuando me fui por última vez. Y aquel ritmo ya distinto ha cambiado un poco más. Ahora cada paso ya no lo marcan dos golpes sino tres. Ahora un golpe de bastón acompaña a esos pasos. Sabía que ese bastón había entrado en casa pero no podía saber cómo iba a afectar a mi mundo. Y ahora lo sé y cada golpe es un recordatorio de lo importante.

En ruta

Mi padre no encuentra los papeles del Sintron y yo miro billetes de avión mientras pienso en mi cable a tierra. En mi antídoto para los días malos en esta ciudad, en mis saltos en la habitación cuando nadie me ve. Pero subo al autobús y tú no vienes a despedirme. Esto no va de eso, esto va de compañeros de viaje.

Cuando bajo del autobús lo único que puedo pensar es en los sitios que quiero que conozcas. Los lugares que quiero compartir contigo, seguro que el edificio del Matadero de Madrid te encantaría. Los momentos en que quiero mirar a tus ojos, como cuando veas la rosaleda del Retiro. Lo que quiero sentir en mi piel, quizás paseando por Malasaña. Pero esto no va de eso.

Mientras escucho tus canciones para tratar de conocerte. Sé algo sobre tus pasos y que la ciudad cuida de ti, suficiente para calmarme. Pasan los días y mientras me río en otra cama tú te preguntas como me irá, pero esto no va de eso. Pasan los días y los kilómetros.

Ahora un señor que podría ser Eels me indica cual es mi bus porque se me ve en la mochila que yo voy al Newgrange. Y allí no puedo dejar de recordarte pidiéndome que vaya antes de dejar la isla aunque tú nunca vayas a venir conmigo. Ahora entiendo por qué. Después vendrá una agradable conversación con una señora de Oiho sobre lo impactante del lugar. Lo impactante de esta tierra. Da igual los años que tengas, te engancha.

No es navidad pero es un buen día y hoy vuelvo a casa porque donde duerma está mi hogar. Y mi casa es un caos, como siempre, pero eso no me molesta. Al contrario, me hace sonreír. Me hace saber que hay un reto detrás de esta puerta y quiero vivirlo, sobrevivirlo.

Hay días que puedo ser sunny y otros grey, igual que la isla esmeralda, pero tú no lo sabes aún. Esto va de compañeros de viaje así que acabarás descubriéndolo.

Más tarde un otro señor con barba canta «I’m in a hurry» y yo le miro diciendo con los ojos que no tengo prisa. Tengo hambre de calles para desgastar mis suelas. Tengo ganas de cocinar para todos. Pero no tengo prisa, I’m not in a hurry. Esto va de compañeros de viaje y no necesito nada.

En ruta también es una lista musical con su propio relato en Witty.

En el parque II

El parque II

Cada día bajas a la misma hora al parque, haces el mismo recorrido para pasear a Curro, tu perro. Después te sientas en el mismo banco junto a la misma farola. Y entonces Ella pasa delante de ti. Siempre a la misma hora. Con los mismos cascos. Con su música, su mundo y su sonrisa. Ella siempre sonríe. Y entonces al fin después de 24h tú vuelves a sonreír.
Quizás un día te atreverás a decirle algo. Pero hoy tu zona de confort es ese banco, ese horario y tu invisibilidad dentro del escenario que es el parque y no te atreves a salir de ahí.
Hoy ella ha salido tarde del trabajo. Maldita reunión de última hora, de esas que no sirven para nada y le hacen perder la paciencia. Llega tarde a casa, se ducha, y se plantea no salir a pasear. Está muy cansada, quiere ver el último capítulo de su serie favorita y no puede acostarse tarde, mañana tiene otra horrible reunión a primera hora. Tampoco tiene preparado nada para cenar y está hambrienta. El pijama le pone ojitos.

Pero en el último momento sin saber por qué se pone ropa de paseo, coge los cascos y sale a pasear. Siempre el mismo recorrido. Siempre con sus cascos, su música y su mundo. Siempre con la sonrisa puesta, pero hoy no le sale tan bien como otros días, el cansancio se nota. Y nota que hoy el escenario ha cambiado. No hay la misma luz. Ni los mismos corredores. Ni los mismos perros. Sigue paseando y justo empieza a sonar una de esas canciones que le han sentir en casa esté donde esté. Y en ese momento aparece un perro que le hace detenerse a saludarlo como si de un viejo amigo se tratara. No es Curro. Hoy al llegar la hora de cada día subiste a casa sin tu ración de sonrisa pensando que ya llegaría mañana. Ella saluda a otro perro y tras él aparece otro Él con una de esas sonrisas que son casa. Tu mañana no llega. Ella ha cambiado su rutina y ahora cada día busca su propia ración de sonrisa, de casa.

 

Para leer la primera versión: En el parque I

En el parque I

Cada día bajas a la misma hora al parque, haces el mismo recorrido para pasear a Curro, tu perro. Después te sientas en el mismo banco junto a la misma farola. Y entonces Ella pasa delante de ti. Siempre a la misma hora. Con los mismos cascos. Con su música, su mundo y su sonrisa. Ella siempre sonríe. Y entonces después de 24h tú vuelves a sonreír.
Quizás un día te atreverás a decirle algo. Pero hoy tu zona de confort es ese banco, ese horario y tu invisibilidad dentro del escenario que es el parque y no te atreves a salir de ahí.
Hoy ella ha salido tarde del trabajo. Maldita reunión de última hora, de esas que no sirven para nada y le hacen perder la paciencia. Llega tarde a casa, se ducha, y se plantea no salir a pasear. Está muy cansada, quiere ver el último capítulo de su serie favorita y no puede acostarse tarde, mañana tiene otra reunión inútil a primera hora. Tampoco tiene preparado nada para cenar y está hambrienta. El pijama le pone ojitos. Pero en el último momento sin saber por qué se pone ropa de paseo, coge los cascos y sale al parque. Siempre el mismo recorrido. Siempre con sus cascos, su música y su mundo. Siempre con la sonrisa puesta, pero hoy no le sale tan bien como otros días, el cansancio se nota. Y nota que hoy el escenario ha cambiado. No hay la misma luz. Ni los mismos corredores. Ni los mismos perros. Sigue paseando y justo empieza a sonar una de esas canciones que le han sentir en casa esté donde esté. Y en ese momento aparece ese perro de la tercera farola del parque, el de todos los días a la misma hora y ese detalle cotidiano le hace alegrarse tanto que se para a saludarlo como si de un viejo amigo se tratara. Tú eres el dueño del perro, hoy no has sido capaz de subir a casa sin verla pasar. Así que llevas casi dos horas sentado en el mismo banco. Y ella aparece y saluda a tu perro, te mira. ¿Serás capaz de hablar con Ella hoy?

 

Para leer la segunda versión: En el parque II

La leyenda del caballero sin heridas.

Erase una vez un joven caballero que necesitaba un escudo nuevo, una espada y estas cosas de caballeros. El chico tenía ahí una serie de adversarios a los que vencer y se lo comentó a una amable vendedora. Esta señora después de comprobar su peso y estatura le habló de una pócima de “coraza de protección total invisible” advirtiéndole de lo peligroso de estar totalmente protegido. El chico pensó que la vendedora no entendía nada. A él esto de “protección total” le sonaba bien, se veía así mismo pasando por encima de sus adversarios sin una herida y compró sin mirar más y sin hacer ninguna pregunta ni escuchar ninguna advertencia.

Los adversarios fueron llegando y su leyenda del “caballero sin heridas” se fue extendiendo. Pero no los derrotaba. Seguían allí. No lo herían, pero tampoco dejaban de amenazar. Así él continúo con su vida. Sin heridas. Sin derrotas. Sin problemas. Sin darse cuenta de que nunca entraba en la batalla real. Sin ver que la pócima de protección no dejaba que entrara la espada a través de su pecho pero tampoco le permitía terminar las guerras y empezar a vivir. Simplemente vivir.

Un día, con la coraza invisible puesta, escuchó sin querer una conversación ajena sobre pasión. Sobre besos reales. Sobre dolor que acaba en placer. Sobre mordiscos en el pezón que duele pero enciende el fuego en dos cuerpos hasta la combustión total. Se dio cuenta de que no lo entendía. No sabía qué era eso de lo que hablaban. Quería experimentarlo. No recordaba haberlo vivido. Aunque algo quería venir a su cabeza. Buceó en sus recuerdos y llegó hasta el día anterior a la compra de la pócima. Cuando desatendió aquél importante asunto de estado por estar preparando una sorpresa para aquella chica que le mantenía despierto con historias y risas, con mordiscos y besos. Con quien el tiempo simplemente se esfumaba entre calor y pasión. Hacía demasiado de la última vez que sintió aquello. Ahora que lo pensaba ella ya no estaba cuando volvió del mercado con la pócima aquel día.

Volvió a recordar las advertencias de la vendedora y ahora sí entendió lo de protección total. Había evitado lo malo, pero también se había perdido lo bueno de esta vida imperfecta e incontrolable. Y ahora el perdido era él. Entendió que la coraza se había convertido en un castillo del que ahora él era prisionero. Y prisionero en esa coraza no supo qué hacer.

En el papel de editora:  Beatriz.

Besayuno

Despierto en esta casa donde no funcionan los números del mando y me peleo con ellos demasiado temprano hasta que me dejan ver a Luke sonriendo. Sonríe como nunca le había visto solo porque Lorelai está al otro lado del teléfono. Ella le sigue las bromas y deja claro que no se aguanta las ganas de verle, a su manera claro. Han escrito su código hace años pero hasta ahora no lo han usado en todo su sentido.

Luke lleva años preparándole el desayuno a Lorelai, los mismos años que hace que a ambos les sobra el mundo alrededor cada vez que se ven. Todas las veces que él le sirve café y ella le mira absorta para volver la cara al segundo porque no quiere entender lo que pasa y entonces él se va corriendo de su lado porque tampoco quiere entender. Y lo que ocurre es que cuando están juntos todo lo demás desaparece y todo encaja y sonríen. Luke lleva años aguantándose las ganas de abrazarla y subir con ella a su habitación cuando ella llega a la hora de cierre del bar. Con toda su tormenta de caos y gritos. Lorelai siempre lleva su tormenta allí porque él es su ancla. El bar de Luke es su amuleto mágico, Luke es su dosis de magia. Porque solo la magia puede explicar el efecto del uno en el otro. Lorelai le empuja constantemente al precipicio sin dejar de darle la mano. Solo Lorelai puede conseguir que Luke pinte su bar y le explique donde están las marcas que hizo su padre para medirle cuando era un niño. Y vuelve a ser un niño y solo quiere acurrucarse con ella. Pero claro él es Luke, y ella Lorelai. Él es áspero y sin sentimientos. Ella un alma libre y singular. Son solo corazas y fachadas. Nadie en ese pueblo se quiere como ellos se quieren. Nadie se mira como ellos se miran. Nadie se grita como ellos se gritan. Nadie se calma como ellos se calman.

Gracias a Beatriz por el título y los retoques.

La chica de la sonrisa dulce que te hacía temblar.

Y ella dijo: “Es que tengo cara de niña buena y una sonrisa muy dulce, así que nadie espera que vaya a romper los platos, pero los rompo, como todos.” Y tú no sabías donde meterte para no comerte a besos esa boca descarada que no dejaba de sonreír, y que sabía lo que tú estabas pensando y seguía tan pancha sin miedo a nada. Y tú… tú estabas temblando, buscando excusas para pasar un minuto más con ella, y que a la vez no pareciera que te sobraban la mesa y la sillas de ese local. La gente hacía rato que no sabías que estaba allí. Así que tartamudeaste un “sí, muy dulce” como si fuera la primera vez que te percatabas de ello.

Tú hablabas de miedos y ella preguntaba que por qué miedo. Por qué miedo a todo, y a todos, por qué dejarse paralizar por miedo, que solo eran 5 letras reunidas para boicotearnos en el momento más inoportuno. Entonces su parte más cruda te lanzó un: “¿Y si nos dejamos de cuentas pendientes, empezamos a atar cabos y nos olvidamos de tanta tontería?”. Y ahora si que no podías más, te estaba provocando y tu parte más animal quería dejarse arrastrar. Pero la parte racional dijo que no, que ahí no, que con ella no, que aún no, que quizás después de ese viaje pendiente, que mejor no porque ella tiene que ser libre, que no… que… que no…

Pero bueno, ella también es un poco asustadiza y te dejó claro que tampoco está libre, y menos disponible, pero tampoco cogida. Vamos que las etiquetas no le valen, que puede ser una cosa y la contraria y eso a ti te motivaba más que alejarte, y querías un poco de alcohol para que todo diera igual y tener una buena coartada. Pero claro, ella sabe demasiado, sabe como acaban estas cosas y antes de que llegara la camarera ya estaba en la barra dispuesta a pagar la cuenta y seguir con su vida. Sabiendo que un polvo contigo no arreglaría nada.

PD: Sonriente music

Cuando un trozo de madera se convierte en Casa.

Deambulo por nuevas calles una vez más, pero quizá esta no sea una vez más. Eso me repito siempre, y espero a que la ciudad me enamore. “¿Quizá esta vez me empadrone porque yo quiero y no porque un contrato lo dice? ¿O solo será otra bonita historia para mis suelas gastadas?” Eso tampoco es malo. Dejemos a la ciudad jugar sus cartas. Juguemos.

La ciudad me recibe con luces, colores y mucha mucha lluvia. Empieza bien y yo le sonrío aunque esté muy cansada. Aunque algo dentro de mi no vaya tan bien. Esas cosas del cuerpo, los cambios y las vísceras hablando a voz en grito. Y sigue lloviendo, y mi mapa se moja y hay más gente en las calles de la que puedo gestionar. Y sigue lloviendo, pero la madera flota.

Termino cenando en una mesa sucia, con marcas de tazas de té y restos de pizza, con chicos que me sonríen mientras cocinan pasta. Y yo ya no tengo fuerzas para sonreír por hoy.

Amanece y sigue lloviendo, y yo no encuentro lo que busco, pero un señor me sonríe y me dice donde encontrarlo. Y yo sonrío. Antes de volver a casa (por que donde duerma está mi hogar y lo llamo casa por costumbre) paro a consultar sobre esas vísceras que me gritan. Me dicen que no me preocupe y ya no lo hago más. Vuelvo a casa, la mesa está limpia y comemos juntos un sándwich y té con quien quiera pasar y hablar. Y aunque no me salen las bromas sonrío. Y así día tras día, con menos gritos de vísceras y más sonrisas. Con tés solitarios a las 6 am cuando la mesa está casi vacía y puedo ver sus cicatrices. De teteras hirviendo. De cuchillos mellados. De años. De humedad. De dilatar-contraer. De vidas cruzadas. De vidas paralelas. De vidas sin vida. Y sigue lloviendo, pero la madera flota.

Dejo esta Casa por un par de días, y cuando vuelvo hay nuevos compañeros de viaje que cuidaron mi Casa, la hicieron suya y ahora la compartimos. Y sigue lloviendo y vuelvo a estar muy cansada, y otra víscera tiene algo que decirme a gritos. Pero ahora estoy en Casa porque conozco sus secretos, sus heridas y sus luces. Porque las vísceras me gritan aquí y no en otro lugar. Porque suena la radio y hablo con ella. Porque te invito a tomar el té y lo preparamos juntos. Porque sé que el grifo de la izquierda gotea hagas lo que hagas y que el de la derecha hay que cerrarlo más fuerte, así que yo uso el del centro. Porque tengo mi lugar favorito en la mesa. Porque te busco en los pasillos y te encuentro, y sino te espero. Y sigue lloviendo, pero la madera flota.

Y un billete de vuelta dice que esa ya no puede seguir siendo mi Casa. Pero yo espero mis papeles de empadronamiento en esa mesa y en su lugar hay un ticket para ser feliz sea donde sea. Y sigue lloviendo, pero la madera flota. Y yo me voy sonriendo, sin saber en el bolsillo tengo la llave para volver.

Y ahora cada vez que agarro una taza de té veo esa madera y sus cicatrices. Y cuando no quiero sonreír siento su tacto en mis dedos y sonrío. Y cuando llueve mi nariz recuerda el olor a madera mojada. Y cuando me ahogo recuerdo que la madera flota y mi imaginación también y vuelo sin billete hasta esa mesa, tomo té y debato con quien quiera hablar. Y sonrío. Y aprendo. Y desaprendo. Y me empadrono sin firmar nada. Y las vísceras me gritan, y yo las escucho, pero no sé que responderles. Y sigue lloviendo, pero la madera flota. Y yo me agarro fuerte.